El ayuno
Cuando los cristianos practicamos el ayuno no lo hacemos por pensar que Dios disfruta con el sufrimiento del hombre. Por el contrario, es una ofrenda que nos ayuda a profundizar en el amor.
Con palabras de Benedicto XVI, "el ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado hondamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa, aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa, y no sólo de lo superfluo, aprendemos a apartar la mirada de nuestro ‘yo’, para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo". Por eso insiste san Pedro Crisólogo en que "oración, limosna y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se revitalizan recíprocamente", porque "el ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno", pues "el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecunda".
Desde esta lógica, podemos ayunar de alimentos y también de otras cosas: de encender el televisor, para dialogar y jugar con los miembros de la familia; de comprar una prenda, para compartir ese dinero con los que carecen de trabajo; de las prisas, para dar al otro la oportunidad de ser escuchado; de poner mala cara al otro, para compartir con él nuestra alegría; de la comodidad hogareña, para visitar a alguien que se encuentra solo… En definitiva, es salir del egoísmo, para compartir nuestro amor, que es mejor de los regalos.
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