jueves, 7 de abril de 2011

El ayuno
Cuando los cristianos practicamos el ayuno no lo hacemos por pensar que Dios disfruta con el sufrimiento del hombre. Por el contrario, es una ofrenda que nos ayuda a profundizar en el amor.

Con palabras de Benedicto XVI, "el ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado hondamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa, aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa, y no sólo de lo superfluo, aprendemos a apartar la mirada de nuestro ‘yo’, para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo". Por eso insiste san Pedro Crisólogo en que "oración, limosna y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se revitalizan recíprocamente", porque "el ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno", pues "el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecunda".

Desde esta lógica, podemos ayunar de alimentos y también de otras cosas: de encender el televisor, para dialogar y jugar con los miembros de la familia; de comprar una prenda, para compartir ese dinero con los que carecen de trabajo; de las prisas, para dar al otro la oportunidad de ser escuchado; de poner mala cara al otro, para compartir con él nuestra alegría; de la comodidad hogareña, para visitar a alguien que se encuentra solo… En definitiva, es salir del egoísmo, para compartir nuestro amor, que es mejor de los regalos.

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